lunes, 12 de septiembre de 2016

Se promener (I): Los domingos en París

Los domingos en París: no hay gente en la calle sino hasta el mediodía. Entonces hay mucha gente.

































Mi primer domingo salí en la bicicleta que me prestó indefinidamente otra migrante venezolana, y llegué a mi destino toda palpitante, no sólo por la felicidad de haber encontrado finalmente el camino sino por las dos horas de más que empleé en perderme y des-perderme en el trayecto. Ese día estaba invitada al picnic que hacían otros venezolanos, y aunque no hubiese estado invitada los habría encontrado por el radiecito que tenían con música puesta. Cerca había unos botes y los niños menores y niños mayores (es decir, los que pasamos la barrera de los 25) decidimos dar un paseo. A medio camino también decidimos hacer una breve parada en la orilla para pedirle a los no tan niños que nos aportaran una, o dos, o tres cervezas. Luego zarpamos de nuevo y el lago se veía inmenso frente a nosotros.


Mi segundo domingo fue el primer fin de semana de septiembre y coincidió con el día en que los museos permiten entrada libre. Fui al Pompidou y allí me dio la bienvenida una reproducción de Jean Arp para la escultura El pastor de nubes. Como fui con tres conocidos, en un instante raro de orgullo trasplantado les dije "esta obra está en mi Universidad". Como si la obra fuera más mía por eso. Lo cierto es que en ese pasillo nadie veía a la figura esa de yeso blanco como yo la veía. Yo la veía de color bronce brillante, contrastada por los mosaicos blancos, negros y púrpura del mural de Manaure, como se ve cuando te paras frente a ella en la Plaza Cubierta de la UCV. "Quizá ésta sea la original, y ustedes tengan la copia" sugirió una de las personas que me acompañaba. La sonrisa fue mi respuesta por defecto ante este comentario que, quizá por haberlo escuchado en francés, no supe si registrarlo como chiste, que sería en todo caso la mejor opción. El orgullo ligado a la propiedad es algo que en Venezuela agita aún mucho, y yo no me sabía parte de esta ola.



Cuando subíamos a la terraza vimos una cola de gente que esperaba para entrar al Museo que llegaba hasta el bulevar cercano, y yo tuve una segunda transposición menos amable con respecto a los recuerdos aún muy recientes de Venezuela. Hacer cola para entrar a un Museo, bueno.

Mi tercer domingo: ayer, lo pasé en un viaje relámpago a Nancy, en un Festival de libros hechos a mano del que me habló una amiga venezolana hace meses, cuando aún preparaba el viaje y estos detalles con una fecha precisa no estaban todavía en la agenda. Alisté mis libritos y estuve allá poco más de 24 horas y me fui encantada (además fue mi primera experiencia couchsurfing); pese a lo impulsivo de arrancarle 30 euros a mi ya bastante ajustado presupuesto, valió la pena. Esa historia para la próxima.