domingo, 13 de mayo de 2018

(Not so) Dear nanny: Notas sobre mi experiencia como Fille Au Pair en París.

En Venezuela todo está complicado. Desde hace tiempo. 

Después de haber pasado un año a la cacería infructuosa de becas y ayudas para salir como estudiante, con 26 años, un titulo y un trabajo relativamente estable en medio del caos, fue esa complicación creciente la razón que me llevó a explorar la idea de salir como Fille Au Pair.

Estas son notas de mi experiencia personal. A mí me habría encantado encontrar algunas notas antes de venir, para saber contra qué prepararme, así que yo lo escribo para quienes estén planificando su odisea.

Nota de la nota: yo tengo la nacionalidad española, así que hay asuntos de visado y permiso de estadía (porque aún en el siglo XXI y en el "primer mundo" no, no todos somos iguales) que no tuve que enfrentar. Pero tengo una amiga que, siendo sólo venezolana, está luchando :) sí se puede!

1. Elige con cuidado tu familia
Fue una conocida que ya vivía en Paris como estudiante la que me dio la idea de venir como Fille Au Pair. Ella me puso en contacto con otra chica que había vivido la experiencia y que me dio consejos prácticos que nunca podré agradecer lo suficiente. El principal:
- Busca una familia con uno o dos niños, entre 6 y 10 años, y así te evitas tener que cambiar pañales o tener que ir a calmar a un bebé cuando se despierte en la noche.

Yo añadiría :
- Investiga a los padres. Nunca se tienen garantías de lo que vas a encontrar, pero minimiza el riesgo. Google sus nombres. Pide fotos. Chatea con ellos por skype. La trata de personas no es un mito.
- A dónde quieres ir? Si tu objetivo es Paris, quizá sea mejor filtrar tu búsqueda por esa zona. Ten en cuenta que algunas familias (como fue mi caso) no te pagarán el transporte y la movilidad te puede salir cara.
- Las páginas de Au Pair funcionan con el coqueteo. Crea tu perfil destacando cuanto amas a los niños y qué habilidades hacen de ti la mejor persona para el puesto. Si dejas ver que eres exitos@ en lo que haces, se les baja la paranoia de que solo los estés usando como trampolín para quedarte. Desarrolla un speech como lo harías para cualquier entrevista de trabajo. Ten al menos tres familias posibles. 
- Pídeles que te envíen un contrato tipo. 
- Han tenido Fille Au Pair antes? Diles que te encantaría conocer la experiencia de esa persona en Paris, y pieles que te faciliten su contacto. Escríbele y pregúntale sobre su experiencia.  

2. Documentate sobre todos los trámites que tendrás que hacer antes y durante tu estadía.
Suena obvio, y sin embargo yo pasé todo el año esperando que me llegara mi carta vital, asunto que tuve que resolver por mi misma en las oficinas de la Seguridad Social.
- Estudia francés. Toda esa historia de que Paris es una ciudad cosmopolita donde con el inglés es suficiente es relativa. Lidiar con los niños (hacer que coman, que hagan la tarea, que dejen de pelear) va a ser en francés, y aunque te consiguieras a una familia bilingüe, para todos los trámites administrativos vas a tener que entenderte en francés con funcionari@s que quieren terminar rápido su jornada, y nadie va a velar tan bien por tus derechos como tu mism@. Yo me apliqué intensivamente en Duolingo (que es GRATIS) y llegué a Francia a inscribirme en el nivel B1. Es decir, me salté dos niveles (me ahorré un año y alrededor de 600 euros). 

3. Cuál es tu plan? 
"Quedarse" no es un plan, es un deseo. Aplicar a cuatro universidades, conseguir un trabajo de medio tiempo y un alojamiento solidario, eso empieza a ser un plan.
- Si tu plan es estudiar, busca y organiza en una tabla tus posibles aplicaciones y los requisitos (nivel de francés, certificados de empleo anterior, proyecto de investigación...).
- Ahorra para el certificado de francés. Reitero: Ganando 300 al mes, haz economías para poder pagar los 300 que vale el examen mas barato, el TCF. Su único "inconveniente" es que tiene una validez de dos años, pero en realidad, luego de que tengas el título universitario, no es probable que lo vuelvas a necesitar, nadie debería cuestionar tu nivel de francés.
- Se fuerte. Un año pasa rápido y tu puedes sacar un gran provecho.

Esto es lo que me viene ahora a la mente, pero si tienen datos extra para compartir, dejen un comentario o envíen un mensaje. 


jueves, 5 de octubre de 2017

The day to catch up with myself

I was always a bit scared of birthday celebrations, MY birthday celebrations. There was something unsettling about having to face in public the fact that time has gone by... and you have moved through the timeline. 
There are two things I don’t like: being the attention focus (who are these people, do they really like me? what are they thinking right there, in front of me, while singing the birthday song? are they happy? why? are we supposed to look happy today?), and remaining static. I guess that, for the most part, birthdays were for me a ritual where cakes came to confirm that nothing had changed, except the date. 
I used to feel (and still do, sometimes) angry towards the “happy birthday” 13 letters tweet-alike wishes’ people. People that never cared to ask me how I was doing, pretending to be very attentionate (with the help of facebook reminders). I’m working on that, because there is no point in taking such flippant behavior personally. Two years ago, when life started to get really complicated (as if it’s ever easy), I decided to change the focus, for birthdays are actually a celebration of life. 


When I was a kid, I felt like years were an inmense unity of measure, a very long period of time that started with holidays and Christmas leftovers, had some cakes and school all along, then my own cake, and then Christmas again. Then my father died and that left a scar on the calendar. 
But before that, when the most terrible events I could imagine were coming back to school or losing a tooth in a painful way, I dedicated long afternoons to reflect about that dark unknown thing called adulthood, wondering when my time would come. And time started to go faster, the kid I was went through high-school, University, the stressful and dissapointing first job, quitting, more jobs, more quittings, friends came in and out, so did lovers, so did I. Yet somehow I remained. 
And now my birthday is a day to catch up with myself.  


Today I'm 28 years old. I landed in France a month before my birthday 27, with my life compressed in two pieces of luggage. I left all my books behind. I had to edit myself more than a bit, to fit the travel size. But I’m growing roots again, inside and outside. I cut everything I didn’t need, people included. I welcomed the new and I survived winter. I hear myself speaking in a third language that still feels fake, but I enjoy the experience. Even now, as I write in English, I smile thinking of all the little details that reveal my true origins. For language is a form to shape toughts and to perform your identity, and although I don’t hide mine, I love to explore the edges. I’m full of projects, and fears, and doubts, of course. I launched my 365 project today and I’m still scared about the future. The dark unknown future. But here I go. Happy birthday to me :)
__ 
My boyfriend is not a morning person. To the extent that sometimes waking up seems painful.
Last night he remained stuck to the computer until midnight, working on an article that must be sent by tomorrow. 
Just to complete the picture, he got a flu.
A few minutes after midnight he came upstairs to wish me a happy birthday.
This morning he woke up before I did... and baked scones for my birthday breakfast. And he gave me presents.
I don’t think he knows so I’m going to tell him, the best gift is in how he treats me. Not because of the gifts, or the breakfast, but because he doesn’t look at me with pity or condescendance, he looks at me with respect. He calls me out when I’m lazy or uncaring, and he hugs me when all I want to do is cry. Sometimes it’s everything at once. He is there to support me in my struggles, and he reminds me of my victories, even when they feel tiny. 
Being a social bee is definitely NOT one of my skills. I’m always so anxious about social encounters I end up being weird. Sometimes very weird. That’s a work in progress. Despite of that, I’ve got a few friendly faces, and that’s what all of them have in common. Fierce, strong, resilient people. Their smiles are not fake, their words don’t come from a fake speech. I also have some “old” faces. Faces that are on the other side of the ocean. Even though we now communicate by voice notes and pictures, they never leave me alone, the never left me alone. They also called me out when I was being consumed by self-pity, anger, sadness. They shared my moments of happiness. And I don’t think these people know so I’m going to tell them, to thank them. 
Thank you, I’m celebrating the presence of all of you in my life today. 





viernes, 29 de septiembre de 2017

Gracias, Teresa

Hace años, por casualidad, conocí a Andreína en Caracas, yo trabajaba en una institución dedicada a la promoción del cine nacional y ella venía con un proyecto bajo el brazo, de ese género arriesgado además, el documental. Un documental sobre Teresa Carreño. Y hace un año, nuevamente por casualidad, ella vino a París, donde yo misma acababa de aterrizar, para grabar parte del proyecto que ya se había puesto en marcha, Carreño vista a través de testimonios actuales: la vida de cinco mujeres influenciadas por su obra.


Teresa Carreño es un nombre grabado en la memoria colectiva del venezolano. Pero quizá está más asociado a la imagen de un teatro monumental, en el típico acabado gris de la obra limpia, brutalista, que a la historia de aquella venezolana que salpicó las crónicas de las grandes capitales del mundo, con referencias tan a menudo dirigidas a elogiar su talento como a censurar su estilo de vida.


Pensando en eso, le dije que teníamos que tomarnos un café para que me contara de qué iba el proyecto. Y fuimos a tomarnos el café.





martes, 5 de septiembre de 2017

380 días nadando a casa

Una ola entre Choroní y Chuao, en mi último viaje con mamá, antes de entregar mis primeras llaves para siempre.
En dos años he cambiado cuatro veces de llaves, de paisaje, de casa. Eso me hizo obsesionarme un poco con la idea del hogar, y por pura serendipia, la semana pasada me contaron sobre el concepto de Heimat, una palabra alemana que se refiere a la noción espacial de hogar, al sentimiento identitario.


Los últimos meses antes del viaje fueron un torbellino de trámites, balanceando cuestiones pendientes en todos esos pequeñitos compartimientos de la vida. A menudo recordaba mi fugaz etapa como nadadora en primaria, el aturdimiento antes del disparo de salida, doblada y tiesa viéndome los pies, con la sangre palpitando en los oídos haciéndole eco a las dudas de última hora que, al menos para mi, eran comunes: estoy en una buena posición? Y si no hago un buen salto? Y si no oigo el disparo ? Y esa espiral fue solo el calentamiento.   


La primera noche en París ciertamente me alivió de varias preocupaciones, sobre todo porque al fin dejaba de estar en tránsito, pero conservé por largo tiempo un extraño estado de ánimo. Tardé una semana en deshacer las maletas y asignar un espacio, que sabía temporal, a mis pertenencias. La verdadera carrera no había comenzado.


Al principio todo era incómodo. Empezando por el zumbido en los oídos, que me hacía sentirme como sumergida bajo el agua, escuchando voces confusas en la superficie. Voces que hablaban en un idioma que no es el mío, con sonidos vocales que en el español no existen.  

Antes de venir me quedé sin celular, sin cámara, y con una computadora moribunda. La frustración de pensarme al borde del aislamiento era mayor cuando me percibía cómplice de ese proceso. Yo, que siempre he sido buena para construir paredes a mi alrededor, sin saber cómo tumbarlas después. Desde hace un par de años trabajo en eso.


Llegué contando con un par de abrazos, que consideraba seguros, y me recibieron fórmulas del tipo “café, agua? No, entonces adiós, hasta la próxima” que me dejaron sin saber que hacer, excepto echarme la culpa, pero eventualmente me cansé de eso y me dispuse a encontrar abrazos nuevos. Los conseguí (quizá en forma más bien metafórica, el contacto físico no es tan común por estos lados), y son abrazos que me entienden porque están, como yo, atravesados por la paradoja de la distancia. La mayoría hablan otros idiomas. Thanksgiving, saudade, heimat.


Pensando que el “estar lejos” arroja cierto poder aglutinador sobre las comunidades con un origen común, me asomé un poco entre mis connacionales, buscandolos, para encontrar frases que no disimularon el desinterés. Unos tonos nada creíbles acompañaban sus “Ah, qué bueno” o “Buena suerte”. Pero entendí que cada quien pelea sus batallas y que la empatía tiene múltiples interpretaciones.


Tengo mucho que agradecer a mis abrazos fallidos: uno de ellos me prestó  una bicicleta mágica que me permitió ahorrar los gastos de transporte durante mis primeros tres meses, cuando cada centavo era importante, y el otro me confió ciegamente su cámara, herramienta con la que me gané otros centavos. Espero que alguna vez nos abracemos realmente.


Hace un año no podía comprarme un café, y rechazaba creativamente las invitaciones que implicaban cualquier gasto. Pasé cuatro meses con zapatos rotos y todo el invierno con ropa que conseguí en una bolsa de donación, junto a un abrigo prestado al que, de vez en cuando, se le asomaban las plumas blancas del aislante. Pasear era, realmente, dedicar una buena hora a caminar, sin teléfono inteligente, siguiendo las cuidadosas indicaciones transcritas antes de salir desde google maps.


Decidí que no podía estar paralizada por el miedo al futuro, que por su parte avanzaba gris, incierto. Conseguí algunas cosas gracias a mi insistente terquedad, otras llegaron sin buscarlas, e igual las abracé. Mil montañas empiezan con el primer paso, y aunque yo no soy maestra de la paciencia (ni de la disciplina) ahí me vi caminando. Me compré mi primera planta por mi cumpleaños 27; ahora a un mes exacto de cumplir los 28, tengo una veintena. Algunas las sustraje ilegalmente de los adornados parterres urbanos, otras fueron regalos de otros y de mi misma, la prueba de que yo misma comienzo a expandirme. Miamorcito, como yo llamo a Arnaud, porque no me sale pronunciar bien su nombre, dice, con una mezcla de fastidio y ternura (o eso quiero pensar) que vivimos en una pequeña jungla tropical. Ahora hay algunos libros también, porque todos los míos quedaron guardados en cajas al otro lado del Atlántico.


Hay días en que me decepciona terriblemente el café con leche, es como una pobre parodia pasada por agua. Días en que no tuve la fuerza para digerir mi transformación en migrante, una especie de empleada doméstica, ahora estudiante, asalariada, libre? el sabor amargo de no poder expresarte en otro idioma con la mitad de fluidez del tuyo propio, de recibir toda clase de afirmaciones cargadas de làstima, exotismo e ignorancia. Días en que me da miedo ver que todos los cambios se suceden muy rápido y no sé si voy a encontrarme en ellos. O si voy a estar a la altura. Y hay otros días que me alegra viajar en el tren. Recoger flores a lo largo del canal sin que nadie diga nada. Salir de noche. Traerme tandas de libros de la biblioteca. Descubrir esta otra vida. De tiempo en tiempo, cuando estoy a punto de despertarme, tengo unas visiones extraordinarias de mis lugares favoritos en Caracas. Ese parquecito de La Florida con su apamate lanzando flores, la vista posterior de la Plaza La Candelaria desde la Iglesia. Recordar la quietud de la Cota Mil tempranito un domingo o mis paradas favoritas en la subida de La Julia. Las guacamayas. Los mangos. Trabajar con mi mejor amigo. Ir a correr al estadio universitario con mi hermano. Escuchar una nota de audio y reconocer que extraño ciertas voces en vivo. Preguntarme cuánto habremos envejecido la próxima vez que nos veamos. Serendipias. Encuentros fortuitos y abrazos inesperados. El placer de ir cosechando pequeñitos logros. Encontrar el camino a casa.

Ayer, en nuestra casita mágica que parece un barco.

miércoles, 7 de junio de 2017


La primera vez que fui a Choroní, me fui amparada en las medias verdades que te entrenas en decirle a tu mamá cuando eres adolescente.

Volví a ese pueblo otras veces, pero ahora que estoy del otro lado del Atlántico, confieso que no las suficientes. Coincidencia o no, en 2015 mi mamá y yo nos concedimos una semana de vacaciones juntas, y pasamos tres días entre Choroní y Chuao. Yo no sabía que esa sería mi última visita (tomo prestada la frase de un fantasma: "por ahora"...), aunque presentí, con algo parecido al miedo, que sería uno de mis últimos viajes con mi madre. Demasiadas cosas estaban haciendo peso y apenas unos meses después el puente, débil pero presente entre nosotras, terminaría de derrumbarse.

De todos mis viajes tengo recuerdos particulares (y para una persona como yo, es decir, con una memoria tan pésima que llega a fusionar la historia de dos películas en una, eso es un regalo) y montones de fotos archivando sensaciones muy particulares: los mangos recién caídos de un árbol, la lámpara que, aunque improvisada con una garrafa de plástico, resiste la tormenta; las olas revolviéndose contra las piedras de la playa haciendo un ruido de castañuelas (puede que aquí se cuele otro recuerdo, de una infancia que ya queda atrás por dos décadas, mi papá sentado en la sala haciendo el "galope de caballos" con sus castañitas marrones que se le desaparecían entre las manos, frente a la admiración infantil mía y de mi hermano), la textura de las palmeras, el ruido del camión destartalado que acepta darte la cola, la neblina de la montaña, las gotitas cliché de rocío fuera de una carpa en la mañanita, o el sonido de una cafetera sobre un fueguito improvisado. O una ventana.

En Choroní hay una casa particular. No tiene puerta y su única ventana, está tapiada. Sin embargo, las batientes aún se pueden abrir, aunque no te permitan ver el interior. En el caso inverso no importa tanto, porque una casa inhabitada no tiene quien vea desde la ventana hacia afuera. Esa vez, la ultima vez, me fijé en esa ventana. Hay algo escrito en la pared, cuatro líneas que en realidad me hicieron pensar (ya dije que mi memoria es un -afortunado- desastre?) en un poema de Tarkovsky, que me enseñó un día un tal C, una de esas relaciones platónicas en mi vida.

La casa de enfrente

Demolieron la casa de enfrente.

Los inquilinos se fueron contentos.
Llevando consigo sofás, ollas, flores,

Espejos torcidos y gatos.
El viejo miró la casa desde el camión,

Y sintió que el tiempo lo atrapaba,
Todo se quedó así para siempre.

Entonces surgió el descontento,
Un polvo seco comenzó a brillar

Lento mientras caía la noche.
En la casa quedaron sueños, recuerdos,

Esperanzas perdidas y deseos.
Demolieron todo, se llevaron los troncos.

Pero los fantasmas del pasado
De ahí no se alejaron ni un paso

Y le cantaron de nuevo al cerezo.
Bebieron vino blanco en las bodas,

Iban al trabajo y al cine.
Trasladaban ataúdes en toallas,

Se prestaban, unos a otros, dinero,
Dormían en colchones de bruma

Y arrullaban a sus primogénitos,
Mientras la áspera encía de la máquina

Lamía sus arcillas roñosas,
Y en una pata, como sobre una “T”,

La grúa giraba y giraba.

Cuando empezamos a vender esta foto con Serendipity, la foto, mi foto, me hablaba siempre de lo mismo, así que fue una alegría escuchar como esa ventana le hablaba a otras personas. Quizás esta ventana no se abra más nunca, pero seguirá hablando. Porque para eso sirven las ventanas.

domingo, 26 de febrero de 2017

Venezuela es una diáspora (?)

Por allá por noviembre 2016 le comentaba a Alf que quería inventarme algún proyecto (por aquello de que nunca se tienen suficientes ocupaciones en la vida, claro) y como respuesta él propuso una idea. Tras unas decenas de mensajes en whatsapp, sólo nos quedaba ponerle título al plan. Diásporos, dijo él; y así nació oficialmente esta convocatoria.




Quizá no me conviene, pero he de confesar que entre mis motivaciones para desarrollar el proyecto Diásporos, pes
ó mucho la curiosidad: quiénes son y cómo viven los venezolanos fuera de su pais? qué peso específico ocupa la nacionalidad en su identidad? qué extrañan; qué asimilan, como se reconocen en otro territorio, y; sobretodo, cómo se relacionan con el proceso de emigración. Luego de haber comenzado la difusión del proyecto; una amiga me recomendó el texto de Tomás Páez "La voz de la diáspora venezolana"; que me hace cuestionarme por un lado la dimensión política del éxodo, pero también; el potencial de una red de migrantes (que posiblemente ya exista y con la que yo, nueva en este negocio, aún no me he tropezado). Y todavía más recientemente, con esas preguntas rondándome, me topé con la Marea Granate. Es interesante leer de qué va y pensarse una comparación entre los recientes procesos migratorios de España y Venezuela.




En fin; si conocen a otres venezolanes interesades en el proyecto; pueden compartir la convocatoria por facebook, instagram; o a través del viejo sistema: descargar esta imagen y enviarla por su red favorita.

jueves, 16 de febrero de 2017

Japi Valentains

Hoy en Caracas el día comenzaría normal, con un pesimismo disfrazadito porque hey, como alguien solía repetirme hasta el cansancio, "no se puede ser tan negativa en la vida". Llegaría a la ofi, los muchachos del estacionamiento me desearían feliz día mientras estaciono mi bici en el lugar de costumbre. En el ascensor practicaría mi sonrisa de oficina, la que hay que tener puesta todo el día junto con el uniforme, excepto por los ratos en los que mi mejor amigo -que gracias a una mezcla de nepotismo y meritocracia también era mi compañero de trabajo- y yo podríamos pasar fingiendo trabajar duro frente a una pantalla con un vídeo nulo de Jimmy Fallon o una galería de memes. Seguramente iríamos a comprar una palmera de esas grasientas y algo de chocolate y desataríamos nuestro cinismo respecto al Día del amorsss. En algún punto tendríamos que correr porque nuestro estúpido jefe querría lucirse frente a sus empleados dándoles un regalo, o peor, un almuerzo, que no estaba planificado y que nosotros tendríamos que resolver a última hora (con la sonrisa amable que ya se empieza a desteñir). Tras haber salvado su ego, y acercándose la gloriosa hora de salida, le escribiría a mi amiga de "Vamos? Vamos!" para continuar con ella la dieta calórica del día y para culminar en belleza cuadraría una birra (pa' mi solo una) con David para seguir hablando intensidades. Pero capaz todo esto lo pienso porque estoy aquí y no allá.